La buena educación, por lo menos, las que nos trasmiten las personas mayores y que todavía sigue instaurada en casas y escuelas, es una educación basada en los castigos, duros y firmes, como tiene que ser. Es verdad, que con los años el castigo físico está peor visto pero cuantas veces habré escuchado la frase típica «un buen cachete a tiempo y se le quita toda la tontería«.
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Recuerdo mis clases de psicología del aprendizaje, psicología clínica, especialmente, la psicología infantil en la universidad donde la corriente cognitivo-conductual es básicamente la única visión que te ofrecen. No sé cuantas veces y en cuantas asignaturas nos hablaron de los famosos refuerzo y castigo como la panacea para manejar a los niños.
Me voy a permitir explicar un poco estos términos porque veo que suelen generar confusión.
- Los REFUERZOS, sean positivos o negativos, son consecuencias a una conductas que hacen que aumente la probabilidad de que la conducta se repita. Es decir, si un niño hace sus deberes y en recompensa le damos un dulce estamos aplicando un refuerzo positivo, en este caso porque obtiene una cosa que le agrada. También podríamos premiarlo quitándole la obligación de que recoja sus juguetes él. En este caso el refuerzo sería negativo porque quitamos algo desagradable para él.
- En el caso de lo que entendemos por CASTIGOS también podríamos dividirlos en positvos o negativos, en función del tipo de consecuencia que imponemos. Puede ser un castigo positivo si gritamos, ofendemos o golpeamos físicamente o un castigo negativo, cuando quitamos algo agradable que el niño desea, el típico «te quedas sin tele«.
Orígenes: la psicología conductista
Es a partir de los años 50 con los grandes autores conductistas como Skinner y sus cajas de ratones y palomas, quien empiezan a ofrecer una visión del aprendizaje humano basado exclusivamente en estos términos de comportamientos sometidos a las consecuencias directas. Desde las teorías conductistas se habla de que el niño nace como una página en blanco que nosotros podemos modelar a nuestro antojo aplicando correctamente estos principios del aprendizaje.
Esto tiene una gran acogida en el mundo de la educación y en la psicología infantil ya que aportaba resultados rápidos de modifcación de conducta, observables y medibles. Incluso, la psicología en su anhelo de ser aceptada como ciencia cambia su objeto de estudio que pasa a ser el comportamiento humano y olvida todos los demás aspectos como las emociones o los pensamientos de una persona porque el método científico no podía acceder a ellos.
Esta corriente de pensamiento cuajó perfectamente con la situación social de la época donde los resultados rápidos eran el principal objetivo.
Una sociedad donde las mujeres empezaban a incoporarse al mundo laboral y se necesitaban métodos de crianza que no requirieran mucho tiempo. Por lo menos mucho tiempo a corto plazo, porque como vamos a ver el castigo que puede ser un método para parar un comportamiento indeseado de forma muy rápida, ¿realmente a largo plazo consigue los objetivos que queremos?
Castigar a los niños, ¿funciona?
Normalmente, los padres y las madres quieren un niño bueno en todo, buen amigo con los otros, comprensivo, amoroso, generoso, que sea tolerante, que sepa manejar sus sentimientos, agradecido, inteligente, deportista, gracioso y sobre todo, feliz.
Sin embargo, las investigaciones en psicología han demostrado que el castigo actúa sobre el comportamiento inmediato pero no modifica la conducta a largo plazo.
Posiblemente consigamos acabar eso que está haciendo el niño o niña que no nos gusta de forma rápida, pero sin conseguir interiorizar nada de la experiencia. Los castigos no generan comprensión. Más bien, todo lo contrario generan frustración y rabia por un límite puesto de forma injusta, desde un adulto que se considera fuerte y poderoso por encima del niño débil.
No invitan a reflexionar o razonar sobre el porqué de las cosas que hacemos.
Una de las cosas que más impacto me genera en las sesiones de educación emocional en los colegios es ver como niños y niñas de 3, 4 o 5 años ante preguntas como ¿deberíamos pegar al compañero? su única respuesta es «No, porque te castiga la profe» o » No, porque viene mamá y te chilla«.
En este ejemplo se ve muy claro que el castigo no está funcionando como una herramienta de aprendizaje pues no está generando ninguna comprensión sobre las consecuencias reales de sus acciones y sobre los motivos reales que deben tener en cuenta para decidir no hacerlas. Esos niños, es muy posible, que en ausencia de un adulto que les imponga un castigo, no tengan ninguna motivación interna para no pegar a otros niños pues no han comprendido la consecuencia real de sus acciones.
Lo mismo me pasa cuando veo a niños y niñas en las eufemísticas sillas de pensar. Sinceramente, mi sensación es que ese niño o niña esta pensando en como poder conseguir aquello que quería la próxima vez pero sin que le pillen, dudo mucho que la reflexión vaya en el camino que tenemos en mente los adultos ya que los dejan ahí sentados sin más, sin ofrecer ninguna herramienta de comprensión y resolución del conflicto.
Consecuencias del castigo como método de aprendizaje
1. Dificulta la comunicación
Evidentemente, a través de gritos, amenazas, silencios o castigos físicos el vínculo que tenemos con nuestros pequeños no se ve beneficiado. La comunicación se ve obstaculizada porque normalmente tendemos a evitar la relación con el castigador, a escondernos de él u ocultarle cosas.
2. Deteriora la autoestima
En cuanto a la personalidad del niño, también se pueden ver afectadas ciertas facetas como el autoconcepto que tiene de sí mismo, es decir, como se define el niño a sí mismo, bueno, listo, válido, fuerte… y la autoestima, cuanto se quiere se valora. Un niño que se le castiga constantemente por como es, como siente, piensa o actúa posiblemente tenga dificultades para construir un autoconcepto y una autoestima segura y fuerte.
3. Fomenta el conformismo y la agresividad
Además, los castigos pueden resultar en un aprendizaje de un estilo de resolución de conflicto o bien conformista, pues piensan que no tienen poder de cambiar nada ni de defenderse a sí mismos. O bien agresivo, pues consideran que pisar al otro, imponer sus deseos sobre el otro con fuerza, es el único camino posible.
4. Genera inseguridad
El castigo genera miedo a la autonomía, generamos niños que no se atreven a tomar la iniciativa y la responsabilidad por miedo a las represalias en caso de cometer un error. Niños inseguros que necesitarán de la aprobación de papa o mama en cada paso para asegurarse de que todo lo que hacen «está bien».
5. Dificulta el autoconocimiento y el respeto por uno mismo
Otra de las cosas que provoca el aplicar castigos de forma externa bajo criterios externos, es una desconexión con nosotros mismos. Este forma de educación dificulta mucho el autoconocimiento y el autorespeto por las necesidades propias puesto que aprendemos a que las cosas se hacen o no se hacen en base a unos valores externos impuestos y lo que sienta o necesite el niño no importa.
6. Desarrolla comportamientos sumisos y victimistas
Otra creencia que también encuentro a menudo, es que el castigo fortalece el carácter. Y papás y mamás con toda su buena intención quieren que su hijo o hija sea fuerte. Sin embargo, el castigo genera un estilo de interacción con el otro sumiso y victimista, pues los niños y las niñas se sienten indefesos en esas situaciones. Y como nuestra mente funciona por generalización, es muy probable que esa visión de indefensión se extienda a su forma de entender el mundo generando una visión de la sociedad negativa donde ellos y ellas se encuentran sólos e indefensos.
La inutilidad de los castigos
En definitiva, el castigo no cambia la conducta a largo plazo, no educa en los valores que deseamos sino que los niños dejan de actuar por miedo a las represalias, deteriora el vínculo que tenemos entre niños y adultos, genera sentimientos negativos de resentimiento, rabia o soledad, estilos de resolución de conflictos conformistas, evitativos o violentos.
Hace más frágil la autoestima y el autoconcepto del niño, genera ansiedad y miedos, niños menos autónomos y seguros de sí mismos.
Observando todo este cuadro, podemos ver como se aleja de forma opuesta a los deseos que padres y maestros tienen para sus hijas o alumnas. Así que, aunque sé que hemos crecido y vivido con este tipo de educación, es hora de cuestionar este modelo de aprendizaje del siglo pasado. A huge number of girls here. En otros programas hablaremos sobre formas alternativas para ofrecer una educación más consciente, respetuosa y coherente con nuestros valores a nuestros niños y niñas pues existen muchas.
Hace muchíiiismo tiempo que el castigo positivo está técnicamente desaconsejado en el análisis conductual, y aún en la época en que se aplicaba solo se reservaba para comportamientos disruptivos dañinos, no sin advertir los pros y contras de semejante estrategia; de modo que la crítica es ociosa. Si las costumbres habituales de alguna gente que se dedica a la educación se inclinan al castigo indiscriminado, no es culpa del conductismo.
No es cierto que «en las teorías conductistas se habla de que el niño nace como una página en blanco que nosotros podemos modelar a nuestro antojo». Esa alusión es para una frase de Watson de hace más de 100 años, que los conductistas contemporáneos no comparten. Si las costumbres habituales de alguna gente que se dedica a la educación son no leer para informarse bien, a pesar de lo cual es tan audaz (o descarada) como para colgar inexactitudes o falsedades referentes a algo que les provoca antipatía porque son «humanistas» o «católicos», tampoco es culpa del conductismo.
Creó que las criticas que se realizan al modelo conductual son debido a la ignorancia de como funciona el modelo; veo que hay muchas confusiones y mal interpretaciones; El modelo conductual puede promover la crianza respetuosa, pero la crianza respetuosa sin los principios del conductismo solo son consejos que cualquier persona podría impartir
Buenas Guillermo,
Cuando hablo del modelo conductual me refiero a las versiones más clásicas donde se concibe al ser humano y al/a niñ@ como una tábula rasa, modelable 100% por el ambiente, por lo tanto, obvia cualquier experiencia interna del sujeto o característica propia y personal en cuanto a sus ritmos y necesidades, y la mayoría de autores clásicos consideraban que el adulto tiene el poder y debía domar al niñ@, es decir, conseguir modificar la conducta del niño o niña a su antojo para conseguir sus propios objetivos adultos o sociales. Las propuestas suelen ser casi siempre trabajando desde estímulos externos artificiales, es decir, premios y castigos impuestos desde la persona adulta que controla y esculpe a su antojo el comportamiento del/a niñ@.
Otra cosa diferente, es no tener en cuenta los principios básicos del aprendizaje humano por condicionamiento o de manera instrumental, eso si es importante conocerlo y nos puede ayudar a actuar con mayor conciencia, pero si no hay una ética, una concepción de lo que es el ser humano y en específico, una visión de lo que es un o una niñ@ o el papel del adult@ o el objetivo de la educación, sin todo eso, estos principios básicos del aprendizaje, se utilizan para el control y no para promover el respeto ni potenciar el desarrollo autónomo.
No quiero iniciar un debate por aquí porque es un tema muy amplio para hablar pero desde mi perspectiva el modelo conductual, sin añadirle el cognitivismo, ni el contextualismo, ni el humanismo, sino el clásico, que no pone interés en la emoción ni en la necesidad personal interna, difícilmente propondrá actuaciones de crianza que desde mi punto de vista puedan ser respetuosas con la infancia.
Personalmente, no creo que sea ignorancia del modelo por mi parte, estudie psicología y tengo 3 masters relacionados y bastantes años de experiencia con niñ@s y adult@s, simplemente, tenemos opiniones diferentes y es válido también 😀
Un saludo,
Marta