«Te castigo por tu propio bien»
Esta frase que hemos escuchado, o pronunciado, en algún momento de nuestra vida esconde debajo todo un sistema de creencias que venimos arrastrando durante siglos de educación. En el programa de hoy vamos a reflexionar sobre por qué castigamos y las alternativas que tenemos como padres y madres que no queremos usar estos métodos.
Escuchar el programa:
El título del programa «Por tu propio bien», hace referencia directa a un libro titulado con este mismo nombre de la psicoanalista Alice Miller. Este libro comienza con extractos de los que ella llama pedagogía negra, fragmentos sobre la educación que se recomendaba y promulgaba en aquella época. Una educación basada en la violencia hacia el niño aplicada de la forma más prematura posible, con pocos meses de vida, para evitar cualquier signo de «testarudez» en el niño y conseguir someterlo al control absoluto de sus padres.
Hay unos pasajes en el libro del Dr Schreber, el padre del paciente paranoíco que describió Freud, escribe en 1858 unas obras pegagógicas en Alemania donde narra un poco el proceso que se aconsejaba a los padres-educadores de la época para que os hagáis una idea:
«Los gritos y llantos inmotivados con los que el pequeño manifiesta sus caprichos han de considerarse como las primeras pruebas para evaluar la efectividad de los principios espirituales-pedagógicos (…). Una vez convencidos de que no hay ninguna necesidad auténtica detrás, ningún estado penoso o doloroso, enfermedad, podemos estar seguros de que los gritos son sin duda un capricho o melindre, la primera aparición de la testarudez. Y en este caso (…) hemos de actuar de manera algo más positiva: distrayendo rápidamente su atención, recurriendo a palabras serias o gestos amenazadores, dando golpecitos en la cama (…) o bien, cuando esto no surta efecto, mediante amonestaciones corporales convenientemente suaves pero repetidas tenazmente a intervalos breves hasta que el niño se calme o se quede dormido. Bastará con aplicar este procedimiento una vez o, a lo sumo dos veces y seremos amos de los niños para siempre.»
Evidentemente, nuestra sociedad ya no está en el mismo punto, ¡menos mal!. Pero, sin duda, todavía tenemos en nuestro repertorio de creencias sociales y familiares sobre la educación que debemos revisar.
Romper con el modelo educativo en el que hemos sido criados
La mayoría de vosotros y vosotras seguramente hayáis crecido en una educación basada en castigos. En una casa donde los adultos tenían el poder y los niños debían obedecer. Los papás o mamás que quieren hacer el cambio se encuentran en lucha contra sus propias creencias. Algunas creencias que me encuentro a menudo en terapia familiar, por ejemplo, son «si no lo castigo es que soy un blando» o » si no lo castigo va a ser un niño salvaje sin respeto por nada ni nadie«. Realmente creemos que el castigo es un método que debemos seguir para educar correctamente pero como vimos en el programa anterior sobre las consecuencias del castigo, la educación basada en castigos tiene repercusiones bastante negativas en el desarrollo del niño.
Romper con todas estas creencias, es romper seguramente, con el modelo educativo que aplicaron tus padres y por tanto, es aceptar que su forma de educación quizás no fue la más adecuada. Y eso es complicado y el entorno no lo pone especialmente fácil ya que la educación basada en castigos es el modelo con el que la mayoría crecimos o bien, en casa o bien, en el colegio.
La intencionalidad del niño
Otros pensamientos que tampoco ayudan a conectar con el niño y no llenarnos de rabia son la atribución de intención a sus actuación. Pensamos que cada cosa que el niño hace lo hace queriendo. Muchas veces olvidamos que el niño está en proceso de desarrollo psicomotor y parte de los destroces que suceden en su interacción con los objetos o las personas vienen de una falta de coordinación motríz o perceptiva. Piensa como reaccionas y que piensas si estando en casa a un adulto se le cae un vaso o se le cae a un niño.
Cuando pasamos a edades más avanzadas entramos en la continua sensación de que el niño o la niña te está vacilando, te está retando. Yo observo este pensamiento especialmente enraizado en las mamás y papas de adolescentes. En muchas ocasiones, es bastante complicado que lleguen a entender que el niño o la niña que no cumple la norma, por ejemplo de llegar a tal hora a casa, no es porque quiera faltarles al respeto, porque quiera vacilarles, no tiene en realidad nada que ver con ellos en la mayoría de casos ,sino con una necesidad interna del o de la adolescente de socialización e independencia. Y como conseguir cubrir esa necesidad es el trabajo conjunto que tienen que hacer padres e hijos.
Utilizando el castigo en estos casos, lo que normalmente conseguiremos es alejarnos del adolescente. Crear rabia en el niño que no se siente respetado ni escuchado y mantener la frustración del adulto que en la base muchas veces también desea ese respeto del adolescente o esa escucha sobre los consejos que le ofrece.
¿Por qué castigamos?
El castigo en muchos casos es una mala canalización de nuestras propias emociones.
El grito, el cachete en el culo o la torta no viene de un pensamiento constructivo por una educación adecuada. En la mayoría de casos viene de una mamá o un papá que siente que no tiene más recursos y que se ve desbordado por la situación o por sus propias emociones y descarga su frustración o su rabia contra el niño.
Por lo tanto, aprender a regular nuestras propias emociones y hacernos responsables de ellas sin culpar al niño por nuestro malestar es un paso esencial para cambiar nuestra forma educar.
Y no nos engañemos, siempre hay aspectos de nuestros hijos e hijas, grandes maestros, que nos pueden costar más de asimilar y de aceptar. Pero es muy importante que aprendamos a respetar sea cuales sean sus formas de expresión, sentir o sus ritmos de aprendizaje.
Debemos tomar conciencia sobre nuestra mirada hacia ellos. Aprender a reconocer sus necesidades y sus emociones en cada momento. Darnos cuenta de cuando estamos teniendo una actitud muy exigente y crítica con ellos y ellas y volver a la mirada del amor y el respeto a su ser tal y como es.
Para esto necesitamos deshacernos de las prisas, de la vida real o de la vida mental. Muchas veces pensamos que no tenemos tiempo para atender la emoción del niño, un llanto por tristeza, la curiosidad de ver algo o la alegría de tocar algo y lo intentamos cortar con un grito que acaba en rabieta del niño alargando la situación en mucho más tiempo de malestar para hijo y padre.
Cómo poner límites a los niños y niñas
Con todo esto no digo que no tengamos que poner límites. Los límites son necesarios y debemos ser constantes en recordarlos y pacientes para que ellos y ellas los asimilen.
Pero es importante cuando pongamos un límite recordar hacerlo desde la empatía.
- Reconociendo cómo se siente el niño al ponerle el límite.
- Explicando más o menos, según la edad, el porque del límite.
- Definiendo el comportamiento que deseamos y no hacer ataques a la persona.
- Siendo claros y precisos con la conducta que queremos del niño.
- Informa al niño antes de lo que va a pasar. Déjale suficiente tiempo de asimilación.
- Ofrecer alternativas que puedan cubrir las necesidades que tiene el niño en ese momento.
Y no olvidemos, reflexionar sobre el límites. A veces los niños y niñas viven agobiados con la cantidad enorme de límites ¿es realmente necesario para el desarrollo del niño y su bienestar o tiene que ver con una necesidad social, situacional o personal? Pon pocos límites pero firmes y coherentes.
Los padres y madres también nos equivocamos
Por último, el gran instrumento que debemos tener a mano en este proceso es el perdón. Saber pedir perdón al niño o niña cuando no hemos sabido reaccionar ante una situación es importante. Visit this website to find out the secrets and techniques. Y también es primordial, y es algo que a los papás y mamás se nos da muy mal, aprender a perdonarnos a nosotros y nosotras mismas porque estamos aprendiendo y lo hacemos lo mejor que sabemos.
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